miércoles, 2 de diciembre de 2009

Nadar...



No hay nada más curioso en la vida que el arte de no hacer absolutamente nada.

Dejar que las motas de polvo se acumulen una tras otra sobre los imperceptibles granos de arena dejados caer por el agotado padre tiempo.

Que la vida transcurra como guiada por una cansada y anciana madre naturaleza, apacible, suavemente, cuadro a cuadro, tan cerca a la quietud absoluta, como un cadáver que recientemente ha comenzado a descomponerse. Con los minutos como larvas que poco a poco se acumulan en las entrañas de una madre que solo parirá los estancados hedores de la tumba, con lo amado, lo atesorado, lo apreciado y respetado que como la sangre de un despojo, aun que una vez fuese tibia, hoy pasa a formar parte de un estancado, coagulado y pútrido sistema linfático.

Todo, absolutamente todo, sin importar la velocidad que posea, sin importar la premura o la calma, todo se ve tan detalladamente ante los ojos del estancado eterno espectador, tanto que hasta podría ser capaz de predecir el próximo movimiento del sujeto u objeto en cuestión, pero se está tan cómodo, tan apacible en la cálida fetidez del torpor, que realmente no hay motivación, catástrofe o tormenta en el mundo que retire a los eternos coyotes de su acostumbrado ritual de llamado a su eterna lejana y a la vez burlesca compañera luna.

Cada día, cada noche, cada minuto, segundo, año, quizá incluso década, transcurría así ante sus ojos, todo tan distintamente igual... todo tan idénticamente distinto, que no era capaz de notar si era hoy, ayer o posiblemente mañana. Las moscas temían menos a despegarse de sus cómodas heces que el de su ritual a los dioses del vacío perpetuo.

Se sentaba a mirar cada día de su vida a la nada en el rostro de los caminantes, la nada en la forma de los cúmulos y nimbos. La nada cayendo dentro de cada hoja reseca por esa abrasadora nada que habita a su vez en esa otra nada que la gente sin rostro llama calor, solo para disimular que es algo.

Una rutina tan espesa e inerte como la de una pensativa estatua azotada por los años. Tan poderosa y coherente como la armadura de un cruzado que ha caído de su caballo, con unos cuantos sarracenos a punto de echarle algo más que una mano.

Ese día... ¿Lunes?, ¿Tal vez Martes?, la verdad todos habían perdido su nombre. Ese día, la hoja cayó, la nube se deshizo, las sombras sin rostro pasaron, y tras ellas... Ella pasó. Ella...

Algo había dejado de ser un "algo" para ser "Ella".

Sus labios resecos, casi petrificados por la sequedad del tiempo, repentinamente se abrieron, partiéndose en las comisuras por la ausencia de actividad durante largos periodos... se abrieron como si intentasen a su vez dar paso a algún sonido, pero no salió más que el aliento de la sequedad de haber olvidado el que y el como... "Decir".

Una de esas sombras repentinamente había dejado de "No" tener rostro, había dejado de ser una sombra, de ser polvo de nada en la nada árida de aquel cálido viento... "VIENTO". Recordó como se llamaba eso que había sacrificado a la espesa nada. Se puso de pie, los huesos le dolieron, recordó como se llamaban "Huesos"... Quizá dolían por que ahora sabía como se llamaba también esa sensación... No, siempre lo había sabido... Solo que volvió a él en imagen y en sentir. Todo comenzó a oler, a sonar, a moverse, a caer, a subir, a envejecer, a nacer, a morir y a doler... "Todo"... "TODO!". El antagonista de su vieja amada, la nada, se hacía presente en uno solo de sus "pestañeos"... Las palabras, los nombres, los conceptos, las ideas, todo comenzaba a emerger con violencia, rompiendo las paredes estomacales de la negrura del "Nihil", para volver a apoderarse del mundo. Miró sus viejas y descuidadas "manos", otro nombre llegó a él, "MANOS". Y entonces comenzó a fijar sus nuevas ideas y sensaciones para no caer presa de una borrachera de imágenes y sensaciones.

Así permaneció unas horas, esta vez ya no sumergido en la "NADA" que también poseía nombre ahora, si no en unas marejadas de ideas y recuerdos con formas y colores. Hasta que recordó... "ELLA". Algo que variaba en la rutina del vacío. Quien era ella, ese "Rostro", ese cabello largo negro, había visto, sentido, olido y hasta estaba seguro de haber acariciado ese cabello... Pero ¿Donde? ¿Cuando ?... Había tantas preguntas, y absolutamente ninguna respuesta. Posiblemente las hubo, si... Pero yacían bajo millones de escombros de negación. Ahora que se puede ver, se lamenta tanto el haber sido ciego.

Las noches y días siguientes se cobijaron en un rompecabezas insomne para desentrañar el origen de ese rostro y las sensaciones provocadas por el mismo. Las tardes nuevamente, como en los antiguos rituales de contemplación de la "Nada", se pasaron en exactamente el mismo lugar, solo para esperarla. Las sensaciones eran embotadoras, y la angustia de la incertidumbre era aun mayor, tan grande que probablemente aun que hubiese vuelto esa enigmática mujer, él, devorado por las angustias, no lo hubiese notado...

¿Quien era ella? ¿Por que provocaba semejantes sensaciones? ¿Por que Josefina estaba como a sangre y fuego tan fuertemente marcada en su mente?...

"¡¡JOSEFINA!!" Ese era su nombre... Conocía su nombre, como conocía el de las nubes, árboles... el de todo. Pero por que ella, Josefina, había generado ese "despertar" en él. Debía averiguarlo.

Se puso de pie, y recordando el camino que ella tomara la última vez en verla, con sus débiles piernas se dispuso a seguir su ruta a punta de instintos y por que no decirlo... algo de locura también.

Josefina, Josefina, Josefina, Josefina, Josefina, Josefina, Josefina, Josefina, Josefina, Josefina, JoSeFinA, JOSefina. joseFINa, ¡¡JOSEFINAAAA!!

¿Quien demonios eres Josefina? ¿Le has hecho un bien divino, o un mal atroz como para que tu nombre martilleé de esa forma su lacerada y casi atrofiada mente?

La evocaba... tanto a ella como a una respuesta, obtenía imágenes, si, imágenes confusas, mudas, fragmentadas. Ella riendo... en sus brazos... una noche, o más bien... un atardecer... Pero algo pasó.... Algo pasó más allá de eso, algo provocó esa herida en su cabeza que solo ahora comenzaba a sangrar.

Recordaba un muelle, un muelle viejo desde donde el veía el vasto Océano. ¡No!... Él no le veía... Ellos le veían. Él y Ella. Cortaron la palma de sus manos, unieron sus manos... su sangre se unió y cayó a las aguas donde estaría por siempre en todos los océanos del mundo. Y así ellos estarían en todas partes allí donde llegara el océano.

Torpes lágrimas salían de sus ojos, le impedían ver, le impedían caminar con claridad. Hasta que un sonido golpeó sus oídos y una mortecina luz dorada hirió sus cansados ojos. El atardecer acariciando aquel mismo muelle grabado en su mente. Torpemente se acerca como un niño tímido que recientemente se abre a las impresiones del mundo, y probablemente así era.

El sonido del mar le sonaba como una triste melodía que no hacía más que hacerlo donar a él sus lágrimas... ¿Que había pasado?

¿Que había pasado Josefina? ¿Algo mío te hizo daño? ¿Alguien te hizo daño? ¿O fui yo mismo?

Entre las luminiscencias cercanas al crepúsculo, divisó una tenue silueta en las aguas en contraste con la rojiza luz... Era ella...

Sin dudarlo un segundo, se arrojó a las aguas en su búsqueda. Ella sabía, ella sin duda le guiaría a esa luz...

Ella sería su Prometeo.

El agua ingresaba a sus pulmones por sus fosas nasales... Recordó la "Desesperación", aquella abstracta solidez del mar era tan frágil y mortífera, dispuesta siempre a dar su abrazo final a cualquier huésped no convidado.

Le veía entre las crecientes e informes olas... O en su mente... No estaba seguro de como, pero si de que le veía con toda claridad.

Veía que ella le había amado, y él a ella, que mucho tiempo estuvieron juntos, compartieron pasiones y desventuras, fantasías y amarguras.

Las aguas le reclamaban en sus insondables tinieblas y gelidez, ella le llamaba apacible un poco más allá, un poco más cerca del moribundo Sol.

Y le veía...

Ambos se amaban con locura, ella amaba también su carrera, y abortó el único prodigio de su amor. Ella le contó de esto por supuesto, pero días luego de haberlo hecho. Le explicó que era la única forma de jerarquizar por su porvenir, que lo sentía, pero no había otra salida.

Ese amargo y salado sabor se hacía insoportable cada vez más... Estaba en desesperación pura, pero a la vez el aire le abandonaba y era cada vez más seducido por la profunda oscuridad sin fin a dejarse llevar.

Trato de seguir hacia ella, de alcanzarla antes de que se perdiera en las confusas sombras nocturnas. Y vio cuando un hombre... un médico le mostraba unos papeles... Unos "Exámenes", y le explicaba que por un problema, por culpa de una reciente enfermedad, una afección infantil a edad adulta, había quedado completamente estéril.

Se vio sufrir, se vio odiarla a la vez que la amaba, y se vio ahogarse, pero no en los Océanos, portadores de la sangre de su amor. Si no en bebidas y sustancias calmantes así como en vehículos del delirio que le hacían evadir y le ayudaban a calmar sus dolientes frustraciones.

Estaba cerca de ella... Estaba también cerca de perder el conocimiento y las fuerzas... Aun podía verle, aun le veía desde un rincón en la calle, donde sus cabellos sucios y su barbudo rostro, así como sus ropas hediendo a orines y demases vestigios del descuido le apartaban de su amada Josefina así como de la vida. Donde él, en una delirante especie de animación suspendida no reconocía a nada ni nadie... Ella se paró en frente de él una mañana, le observó, no tuvo el valor de acercarse, derramó dos lágrimas y comenzó a recorrer el camino hacia el muelle.

Él le siguió torpemente, solo para llegar al muelle al atardecer y ver como una ambulancia, bomberos y policía sacaban a Josefina sin vida de la infinita boca de los océanos...

La nada, aun reinante en él, en esos imperios forjados por Años de Disociación. Devoró y flageló esas imágenes, y como en todos esos años de destructiva autocompasión, le hizo tomar el camino fácil, el de la negación...

Taparse los ojos y fingir invisibilidad ante todo el mundo, las eras y los procesos de la vida misma.

Estaba en las tinieblas... Ya no la veía... Ya no la olía ni escuchaba, pues su mente se aclaraba en aquel espacio de eterna frialdad...

Estaba solo en medio de la oscuridad, flotando, suspendido en la más inmensa y palpable oscuridad.

Y vio entonces la más inmensa de las verdades.

Que estaba absolutamente solo.

Estaba flotando... La oscuridad lo reclamaba, le invitaba a rendirse ante otro camino fácil y sin retorno.

Pero ya la Nada no surtía el mismo delicioso efecto sobre él.

La droga aquella había perdido su efecto, pues su doliente había luchado con bravura para retener entre sus dominios la maravillosa palabra "Recordar". Despertada por la frialdad de los tentáculos abisales de oscuridad.

Entonces recordó una cosa que se llamaba "Nadar". La orilla estaba lejos... No tanto como la Nada.

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