miércoles, 16 de diciembre de 2009

La Bestia y el Amo


"De hecho fue bajo un símbolo exquisito que los hombres velaron, hace mucho tiempo, su conocimiento de las fuerzas más terribles y secretas, fuerzas que se encuentran en el corazón de todas las cosas; fuerzas ante las cuales el alma de los hombres se marchita y muere, y se ennegrece, como sus cuerpos al electrocutarse.
Tales fuerzas no pueden ser nombradas, no se puede hablar de ellas, no pueden ser imaginadas excepto bajo un velo o un símbolo, un símbolo que a la mayoría nos parece una imagen exótica y poética, mientras que para otros es un disparate."

"Arthur Machen, "El Gran Dios Pan".





Las estrellas temerosas daban la bienvenida al ocaso, su señor.
Los perros aullaban en la lejanía, probablemente desde kilómetros y kilómetros de distancia. Quizá incluso lo hacían también en algunas naciones cercanas... ¿O por que no? Quizá lo hacían en todas las naciones. Desde luego, él lo creía así fervientemente. Aquella era la noche perfecta, no había la menor duda, desde años había sido predicha, en los éxtasis junto a los chamanes Náhuatl, en las secretas conversaciones a las luces del Walpurgis junto al erudito Eliphas Leví, así como en las entrañas aun tibias y palpitantes de la cría de un carnero bajo un eclipsado sol de invierno.

Ya a muy temprana edad, luego de recibir las iniciaciones correspondientes en los misterios menores y mayores, supo de su existencia, de las sombrías historias prohibidas por los ancianos maestres y temidas por todos los adeptos y aprendices de su logia. Historias remontadas a la época de las primeras dinastías de magos, sacerdotes y faraones del viejo país de Khem.
Dedicó su vida a su adoración y búsqueda. Logrando en ningún momento el contacto del oscuro todopoderoso y absoluto. Consiguiendo en cambio ser por ello exiliado de las magníficas cortes por sus hermanos y compañeros, quienes además silenciaron la mayoría de sus aptitudes ante tan heréticas inclinaciones.
Pero a cada ofrenda, a cada rito desarrollado en la noche indicada... A cada sacrificio de sangre con el sigil y ceremonia correspondiente. Cada solsticio en que danzaba acompañado de las sacerdotisas de Lilith, con quienes se vinculara en sangre a través del Muladhara chakra.
Cada noche en que un neonato sin nombre era arrojado por sus manos a los ardientes infiernos de Adremelek, uno de los tantos avatares de su señor adorado. De las formas más "indirectas", "extrañas", "casuales", "increíbles" y en ocasiones casi "imposibles", detalles y pistas hacia conocimientos llegaban como regalos hasta sus propios ambiciosos dedos.
Y así, con las arenas del tiempo bajo sus pasos, usó esos conocimientos para amasar, influencias, fortunas, placeres, y más saberes, incluso aquellos por sus antiguos maestres temidos y prohibidos, pero necesarios para burlar a la muerte.

Utilizó esos años para perfeccionar sus artes, potenciar sus conocimientos y buscar incesantemente a su amo.
Estudió en diversos tabernáculos de arcanos y siniestros saberes, en bibliotecas veladas a los ojos de los buenos y temerosos del infierno judéo-cristiano. Fraternizó con logias y hermandades secretas, tan rechazadas como temidas por las otras. Participó en ceremonias diversas, y fue guía de muchos cultos, tanto en sus años de oscurantismo como en lustrosos salones de la modernidad y en compañía de refinados caballeros adeptos. Incluso fue muy buen amigo y colaborador de un infame brujo de a principios del siglo XX conocido como "El Hombre más Desagradable del Mundo", que a decir verdad, a el le parecía bastante agradable, y de un sentido del humor sumamente sin igual.

Su relación fue bastante cercana con perversos sacerdotes de cultos olvidados, druidas pervertidos, sabios caníbales que Vivian desde hace casi tanto tiempo como él y ancianas delirantes que cantaban alabanzas a un oscuro dios de los exteriores del cosmos mientras se alimentaban de hongos y de las pestilentes pieles de los residentes del cementerio de Montmartre.
La mayoría de ellos hablaba de historias del medio oriente, donde se temía profundamente a un viajero errante ante el cual se inclinaban los fellahs, quienes, tras incontables años de servidumbre nunca fueron capaces de ver su auténtico rostro. Vestido siempre con túnicas rojas como el sol poniente, ante quien, las bestias más salvajes del mundo se apiñaban para lamer sus indescriptibles manos.

"El oscuro mensajero de los dioses, portador de las tormentas estelares de oscilante oscuridad y caos.
Un verdadero Hermes de los abismos más negros e insondables.
Un Thot de las dimensiones más torcidas y negras. Amo del purulento caos reptante."

La mansión se encontraba en absoluto silencio... Los fulgores y ruidos de las metrópolis estaban alejados por suficientes hectáreas de bosque y por una altura envidiable que proporcionaba la falda del cerro donde esta se encontraba, seguido de hermosos jardines celosamente vigilados por implacables perros dobermann bien entrenados.
Los elegantes pasillos y salones, llenos de exquisitas esculturas de arte greco-romano, por maravillosas piezas de grabados cuneiformes, imágenes en cerámica egipcia, estatuillas y cráneos alargados del periodo Obeid, así como de magníficos oleos y retratos de deliciosas ninfas, diosas y demonios amándose con locura, y devorando su progenie, iluminados por hermosos candelabros de plata, y por la mirada de los silenciosos y leales acólitos y sirvientes del maestro de toda aquella lúgubre opulencia.

Los aullidos aun llegaban hasta la tenuemente iluminada recámara del altar.
Todo estaba perfectamente elaborado y trazado. Las dagas rituales de plata bañadas en veneno de áspid, los amuletos, los objetos fetiches animales, la mano de gloria, bañada en cera de abeja, cortada previamente a un ahorcado en una noche de plenilunio, los sacrificios correspondientes, los pentagramas elementales necesarios, las siete lanzas formando la estrella de siete puntas. la alineación de las estrellas también era más que correcta, era exacta.
La sangre que bañaba sus manos y el puñal que tenía a su diestra ya se encontraba seca, los hombres y mujeres que le rodeaban, degollados y mutilados en el piso ya hace bastante rato que habían dejado de tener sus órganos trémulos y calientes.
Llevaba cerca de tres horas parado en medio de la sala con los atuendos rituales, mirando hacia la Casa de Boleskine, latitud 57.14 Norte, longitud 4.28 Oeste. "La casa Ceremonial de la Bestia", tal como los ancianos sacerdotes siglos atrás le habían indicado. Y aun no sucedía absolutamente nada más allá que la gorda gota de sudor que se comenzaba a deslizar con algo de dificultad por su frente.

No lo entendía, la ceremonia de convocación se había realizado tal como debía ser. Cada paso.
Y él... el no llegaba a su llamado.
Quizá algún error no contemplado previamente. Alguna letanía, alguna palabra no pronunciada... Completamente olvidada. O algún trazo matemáticamente erróneo, alguna correspondencia no contemplada como debía. Pero eso era imposible! El era un hechicero magno, un ser por sobre las limitaciones y paradigmas de los hombres mortales, tanto a nivel mental como físico, llevaba años, siglos enteros estudiando cada detalle, sin duda no había error. Entonces era aun menos capaz de comprender que sucedía, ¿Acaso era indigno a su presencia?, ¿Acaso era...
Tres golpes en la puerta de entrada irrumpieron en sus frustraciones. Un zarpazo de ira golpeó luego su flagelada mente, como alguien osaba interrumpir sus labores en aquella noche, donde había dado estrictas ordenes de no ser interrumpido ni siquiera por una explosión nuclear... ni siquiera si todo el trabajo de siglos y siglos no había servido para absolutamente nada.

- Di estrictas ordenes de no ser molestado!! - Exclamó comenzando a ser devorado por un profundo estado de incontrolable rabia.

Tres Golpes mas, ni muy suaves ni muy violentos, absolutamente monocordes, exactamente como los anteriores, se hicieron oír nuevamente en la madera de su puerta, seguidos por lo que parecía ser el sumiso gemido de unos perros.
El frustrado hechicero se retira de su posición ceremonial, sosteniendo con aun mayor fuerza la daga en su diestra, dirigiéndose velozmente en dirección a la puerta.

- He dicho que no quería ser molestado!! - Exclamó furioso casi en un gruñido, tomando con su mano izquierda la manilla de la puerta para abrirla violentamente. - Es que acaso nooo..... ahhh! - Al abrir la puerta, el hechicero inmediatamente mutó su gesto feral en una horrible parodia de esta consumida por un terror absolutamente incomprensible, su cuerpo pareció repentinamente perder toda fuerza vital, como si todo ese tiempo evadiendo a la muerte hubiese llegado en ese momento a su fin multiplicado por un millón.
La daga calló al piso, seguida de sus rodillas. Un dolor punzante se apoderaba de todo su ser, mientras sus poros comenzaban a excretar levemente algo de frío sudor con leves tonalidades sanguinolentas.
En el umbral de la puerta, un hombre alto y muy delgado, con cabello corto, oscuro, ojos muy oscuros, de un brillante iris negro, vestido con una especie de traje y calzado del mismo color, vestimenta elegante, pero como desgastada por la notable huella del tiempo.
Sus huesudas manos eran lamidas con devoción, cada una por tres de los perros Dobermann que custodiaban los exteriores de la mansión.

- Qui... quien, eres, tu? ¿Que deseas? - Preguntó la agotada voz del hechicero mientras torpemente trataba de ponerse de pie.

- Tu eres quien desea. - Respondió una monocorde voz desde la garganta del visitante. - Yo simplemente Soy.


La mansión fue visitada a la mañana siguiente por la policía local, quienes llegaban al lugar alertados por unos jóvenes campistas de la zona que aseguraban haber escuchado por la noche sonidos como de frenéticas risotadas y terribles gritos desde dicho lugar.
Dentro de ella, se encontraron diversas obras de arte, objetos de colección, así como un sin fin de chucherías ocultistas, además de varios cadáveres sin heridas visibles pero en actitudes extremadamente dolorosas de quienes parecían ser los sirvientes de la casa.

En el tercer piso, en la habitación principal, el escenario absoluto de lo que parecía ser un homicidio ritual. Seis cuerpos, tres hombres y tres mujeres, todos desnudos y mutilados, sin embargo en actitudes mucho menos aterradoras que los anteriormente mencionados. La única señal de vida, eran seis perros dobermann que debieron de ser abatidos por los agentes por ser poseídos por una especie de insaciable agresividad. Los animales no dejaban de roer el cadáver de un hombre muy alto y delgado, otro de los sirvientes de la casa, cuya ropa se encontraba curiosamente algo más desgastada que la de sus compañeros de labores.
Del dueño de casa, ningún rastro logró encontrarse.

Un par de meses más tarde, se rumoreaba entre las personas de la ciudad cercana a la mansión que conocían al señor de vista, que pocos días luego de los macabros acontecimientos en la mansión, se le había divisado cerca del parque zoológico, vestido con ropa algo vieja y roñosa para su alcurnia, y como un demente ignorante ante todo peligro del mundo que le rodea, se le vio introduciendo la mano dentro de la jaula de un tigre de Bengala.
La continuación de este rumor es de bastante irregular carácter, tendiendo a variar mucho dependiendo de la fuente de su procedencia. Por su puesto era solo un rumor, y en ningún momento fue tomado en serio para los reportes policiales.
pero por años luego de lo ocurrido, al menos dos de tres personas que decían haber escuchado de un fiel testigo aquella historia del excéntrico desaparecido en el zoológico, decían haber oído que al contrario de lo que todo hombre en su sano juicio cree al respecto de la osadía o demencia de aquella situación entre el siniestro hombre y el Tigre.
La bestia no hizo más que lamer su mano tal como un gatito lo haría con la de su amo.

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