
32 bellas tonadas aun resuenan en mi cabeza, acompañadas cada una por las incontables gotas de lluvia que gritan mi nombre regurgitado por el tiempo desde las cancerosas callejuelas del olvido, una y otra vez...
32 fueron los pasos que diera tu flagelado y débil cuerpo antes de sucumbir al frío y brutal beso que el asfalto mojado ofrecía.
Caminamos de noche por el eterno laberinto, guiados por el ansia y los trazos sangrientos de Abadon, guiados por el perfume de las entrañas aun humeantes de cientos de querubines mutilados por su inocencia; seducidos por la melodía de los carroñeros desgarrando sus despojos; y excitados hasta niveles extremos por los bellos cabellos rubios de los jóvenes ángeles mezclados con la impureza de las corruptas lluvias y el carmesí de su propia bella y refinada sangre. Entonces caemos sobre los pequeños cuerpos destrozados aun tibios y palpitantes, acariciando frenéticamente con nuestra lengua aquel néctar derramado por centurias en nombre de los placeres del altísimo, Fornicando por su eterna gloria con los cadáveres de gentiles doncellas que en vida se negaron a sonreírnos.
A sonreírme...
32 fueron las noches de vigilia que conté en silencio mientras rebanaba mi virilidad en la vaciedad de mis pesadillas, deseosas de derramarse en la suavidad de tus labios atormentados y bellos.
Y en vano las gotas que transportan mi ser, vinculo agónico de mis astillados y patéticos deseos, terminan por alimentar el aire que solo conoce la tibieza de la respiración de aquellos que habitan en los sombríos salones de mis infiernos.
32 lanzas penetraron mi pecho cuando los cielos ennegrecidos cual manto del Nar-Mataru, se tragaron al cuerpo crucificado del hijo del hombre, sacrificado como ofrenda a un anciano demonio que con las vestiduras de Dios, rige el espíritu y corazón de los débiles que dicen gobernar aquello que jamás llegaran a conocer.
32... 32 fueron los sueños que arrojé a las calderas de Birkenaw mientras gritaban y suplicaban por aun conservar sus tórridas pieles chamuscadas por los horrores que aun mastican la perdida prematura de vuestra desolada infancia.
32, 32, 32....... Treinta y dos eran las almas que anhelaban conocer los jardines del Amenti antes de que mis manos les otorgasen la redención.
Ahora ya nada debe preocuparte mi bello sortilegio...
Con mi mano izquierda aprieto el cuello, y con la derecha tomo el martillo del bolsillo de mi gabardina.
Cierra tus ojos y sonríe mi ángel...
Hoy contaremos hasta él número treinta y dos...
Lentamente.
Tributo al Gran Edgar Allan Poe, y a su Obra "Berenice", Que inspiró este escrito.
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