
«Que no está muerto lo que yace eternamente
y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir»
La Ciudad sin Nombre, H.P. Lovecraft.
Nada en este mundo le quedaba ya a Josué.
Todo cuanto esperaba en esta vida, sus proyectos, cuanto amaba, su sangre, sus sueños, sus esperanzas, todo. un día decidió marcharse al abismo, y jamás volver. Núnca quiso contarme, y núnca le insistí respecto a ello.
Ahora...
Solo la frialdad de su gran y una vez ostentoso hogar estaba ahí para recibirlo. Era muy comprensible que no tuviese muchos reparos a la hora de cerrar la puerta tras el y buscar Dios sabe que en dicho lugar.
El muy imbecil... Solo espero todo haya sido rápido.
Los múltiples gritos, desgarradores y guturales, quejidos y otros que no me atrevo a clasificar, me hacen sudar en medio de este frío implacable, me hielan en mi candente temor creciente.
Bueno ya nada allá afuera estaba solo realmente solo. Solo espero no haya sufrido demasiado.
Las balas sonaban habitual mente a lo lejos por esas oscuras calles perfumadas en sangre, sufrimiento y mediocridad. La acostumbrada jungla del día a día y noche a noche. Cuando la oscuridad llegaba a dominar dichas tierras sus "guardianes" comenzaban a hacer sonar el fuego de sus armas en las tinieblas invernales. Algo tan habitual desde que poseemos conciencia.
Esa noche en particular, recuerdo que veíamos una película en compañía de un par de botellas de cervezas baratas, como es costumbre en esas noches a mitad de semana en aquellas insomnes veladas amparadas por la cesantía y el exceso de tiempo libre. Veíamos Josué, Diego y yo una vieja película, en "compañía de lobos", algo muy onírico y fantástico respecto a historias de brujas y hombres lobo, una excelente película de a mediados de los ochenta. Eran cerca de las 12 de la noche cuando las balas de esas tierras sin ley comenzaban a sonar, "Los fuegos Artificiales" les llamábamos. En esos momentos era mejor estar encerrado y no salir mucho en un sector como ese. Aun que vivieses en esas zonas desde hace ya un tiempo, y aun que te sintieses un tipo duro por ello, núnca terminabas de acostumbrarte en un ambiente donde la hostilidad y la muerte pueden aparecerte tras cualquier esquina tras unos ojos inyectádos en sangre y desesperación, en un rostro tosco y consumido por los excesos, silenciando tu vida para siempre por unas cuantas monedas para sus asquerosas necesidades.
Continuamos viendo la película, no se les da mucha importancia a esas cosas cuando son parte de tu día a día. Nos limitamos a subir un poco el volumen y a servirnos lo último que nos quedaba de cerveza.
El sonido de las balas seguían. Probablemente un enfrentamiento entre bandas, o alguno de esos acostumbrados ajustes de cuentas, de los que comúnmente se habla en la prensa roja. Diego cocinaba un paquete de fideos sin más aliño que sal y aceite en una olla, la cerveza daba hambre, sobre toda aquella de no muy elevada calidad. Y el fuego de aquellas armas en la lejanía seguía sin cesar. Quizá era algún tipo de allanamiento policial pensamos. Un crudo enfrentamiento entre las fuerzas de la ley y estos mini escuadrones del narcotráfico. Pero a cada segundo crecía. Josué dejó sin sonido el televisor, y pudimos escuchar con claridad que allá afuera se desataba una especie de guerrilla encarnizada. Bastantes armas de fuego desatando su furia, estos hombres gritando con desesperación en su jerga, y unas sirenas que comenzaban a oírse mas a lo lejos, incluso un par de explosiones se dejaron oír. Nos miramos en silencio, el sonido de aquella masacre no cesaba. Comenzabamos a oír como los vecinos comenzaban a moverse, a mirar por las ventanas para no ver nada, a comentar unos a otros la incertidumbre que también, al igual que con ellos, se devoraba nuestros corazones.
- Esto no es normal - Dijo Josué -debo ir a mi casa.
- Vas a salir ahora? Con esos flaites dejando la cagá afuera, estas cagáo hueón!!- Exclamó Diego.
Josue, se puso de pie, fue a buscar su chaqueta y su bolso preparado a partir sin importarle aparentemente todo el pánico que comenzaba a teñir todo cuanto mirábamos. Las municiones continuaban descargándose con furia devastadora a la distancia. Truenos urbanos en manos del homicida y proscrito... Era una verdadera locura, una demencia convertida en un verdadero oceano amenazaba con inundar mi mente ante el inútil intento de elucubrar lo que éstaba ocurriendo en realidad.
Josue era el único que parecía inmune ante esa angustia demencial, la muerte de sus padres y su hermana hace unos años atrás había sido una verdadera vacuna ante toda emocionalidad humana. Ante todo gesto de temor, autoconservación, así como todo vinculo con el mundo exterior. Es cierto que el abandono podía lograr la alienación completa de el mundo interior de un ser humano. Josue era un frío ejemplo de ello.
Le agarré del brazo fuertemente, para evitar su avance. Solo conseguí una fría mirada de odio decapitando mis intentos.
- Ariel, dejame pasar .
- Josue no seas huevón, que mierda vas a ir a buscar a tu casa, no hay nada allá, debemos esperar a ver que chucha pasa. - Dije en tono tembloroso.
- Esperar que. Dejame pasar. Como y con que te defenderás aquí. Dejame pasar, voy a volver a buscarlos. Déjenme ir.
Se soltó de mi y zarpó a aquella incierta noche.
A los minutos siguientes la luz se cortó. Los vecinos desesperados anunciaban que sus lineas telefónicas estaban muertas. Y sus celulares no lograban marcar, las lineas estaban colapsadas. Diego y yo eramos dos cesantes y no teníamos minutos de cualquier modo. La desesperación por contactar a nuestras familias era similar a una fria punción en el estómago, pero nada podíamos hacer a esa distancia y en esas condiciones. Solo rezar al Dios en el cual ni siquiera creíamos... Solo temer.
Solo temer y sudar en aquella fría oscuridad.
El sonido de las balas había disminuido, gritos de dolor se escuchaban a lo lejos, opacando un solitario disparo de potente calibre que comenzaba a agonizar hasta apagarse en medio de la noche.
Los quejidos en la oscuridad se perdían y se confundían con las suplicas y los murmullos de confusión y horror de los vecinos.
Maldito Josué de mierda, andaba por ahí con todo esto desatándose. Al diablo. Esperé que no fuese lo sufucuentemente idiota como para pretender volver por nosotros, era lo más lógico que se refugiase en su casa y esperara como lo haríamos con Diego.
Bloqueamos la puerta con el sillón, cerramos las minúsculas ventanas del cuartucho que pagaba Diego y las tapamos con muebles, con lo que encontramos. Agarramos un cuchillo de la cocina y un bate de baseball de madera que teníamos por ahí. Y esperamos.
Nos pusimos de espalda contra el sillón que bloqueábamos la puerta, tiritando en silencio, escuchando millares de gargantas de hombres, mujeres y niños gritando, gimiendo y profiriendo sonidos irrepetibles, los vecinos gritando, otras solitarias armas de fuego sonando en las cercanías, apagadas repentinamente, seguidas de alaridos.
Escuchábamos grupos de personas correr fuera, en aquellos mares de desesperación. Las horas pasaban mientras alguien de vez en cuando pasaba fuera cerca de la ventana.
Una de las ventanas se rompió, y alguien comenzaba a golpear de forma torpe y frenética la puerta. No profería mas palabras que balbucéos y quejidos, a los minutos (u horas quizá) se le había sumado otro y luego otro. La fuerza de aquel extraño grupo era enorme y casi no podíamos contener la puerta. Ambas ventanas estaban rotas, pero eran tan pequeñas que no nos preocupaban, una persona no cabría por ahí.
La primera luz mostraba las siluetas tambaleantes de nuestros invasores, quienes a minutos de conseguir penetrar en nuestras tinieblas personales se habían detenido...
Un brazo solitario golpeaba la puerta con torpe fuerza. Jadeaba con más calma que sus compañeros que comenzaban a unirse a sus actividades.
Los quejidos guturales se intensificaron con la llegada de la luz, ante la que cerramos nuestros ojos consumidos por el terror de ver los que ansiaban hacerse de nosotros.
Algo se movía cerca del baño, algo que había conseguido entrar por la ventana.
La oscuridad enmascaraba esa pesadilla. Y el dolor de mi lacerada mente comenzaba a ser inyectada del dolor de la locura.
Confieso que explosivas lágrimas de miedo brotaron de mi ser al escuchar de una de esas gargantas mi nombre pronunciarse.
-Aaariel...