martes, 22 de febrero de 2011



Solo una estampida, un disparo desde una Magnum 44, un trueno en un paraje vacío, o un niño cayendo de cabeza desde un segundo piso en un implacable piso asfaltado hubiesen sido capaces de enmascarar el sonido de mis rodillas romperse contra el piso. No se que ocurrió realmente, es como que olvidé repentinamente caminar, traté de dar un paso y caí. El dolor es comparable solo a lo que debieran ser miles de cuchillas penetrando tu piel, perforando luego tus huesos, para perforarlo y exponer tus médulas oseas para ser secadas al sol.
Me arrastro, dejando a cada paso un trozo de mi. Las rocas del camino se encargan de ello con sus filosas superficies desgarrándome. Haciéndome añicos. Delante un pozo de tinieblas insondables. El mismo pozo que en los sueños de mi padre es destapado para arrojar las almas de sus hermanos difuntos. Trato de deletrear algo con mis uñas rotas en la piedra... Pero he olvidado como escribir.
Mis músculos explotan ante el mínimo esfuerzo. Pero presiono, Me arrastro con ímpetu, clavando mis dedos rotos en la tierra dura... Y le veo.
Mi cabeza se suspende entre el firmamento y la negrura de ese agujero sin fin. El hedor del azufre y la humedad fría que impera en esas tinieblas me pasman de horror. He olvidado de lo que están hechas las tinieblas. Pensando en mi deber de recobrar ese saber y usarlo a mi antojo, cierro los ojos y me arrojo hacia sus negras entrañas, con la idea clara de que mañana he de escalar por sus muros para conquistar los oscuros misterios del cosmos.

domingo, 20 de febrero de 2011

Nocte


El viento sureño había seguido con la misma fuerza por dos días y dos noches. Según las gentes locales, el "Puelche" como llaman aquí a este viento, el cual, al durar tres días seguidos asegura que habrá buen clima en la localidad.
La noche es apacible dentro de la casa. Una hermosa edificación rodeada por un bosque plantado por la mano del hombre, lo suficientemente hermoso como para atrapar la embotada mente de cualquier Santiaguino apartado en exceso de todo aquello que dista de la polución gris cerebral de nuestra amada capital.
La casa,como dije, apacible en extremo. En ella toda la familia reunida al calor de una muy buena cena, deliciosa en todos sus confines. Pero sin embargo yo no poseo apetito alguno. Una rama golpea contra la ventana que da hacia la terraza, me hace voltear y contemplar la vasta oscuridad que impera majestuosa en los exteriores.
Salgo dejando atrás la belleza, el calor, el confort, el cariño de aquella familia humana. El viento me recibe, y con el la oscuridad y el temor que inspira en la parte humana que puebla mis venas. Mis ojos me traicionan, me hacen ver sombras reptantes donde solo hay flores y plantas, me hace temer caer en una fosa donde realmente solo el manto de la noche se ha posado en la tierna hierba. Mi corazón se agita de temor esperando encontrarse con un ser astado y malévolo invitándome a acompañarlo a sus tórridos mundos faericos donde podría jugar con los gráciles y siempre jóvenes cuerpos de las hadas que luego gustosas roerían mis huesos mientras aun sigo con vida siendo alimentado de sus fluidos de la vida eterna. Mi corazón se agita aun más , ya no temo, respiro, siento el aire en mi, las ramas rozando mi piel, la tierra en mi... La oscuridad ya no me asusta, yo soy uno con su manto infinito, soy los arboles, el viento, y todo lo que lo habita, corro feliz a través de aquellas tierras cuidadas por el hombre, corro más allá de ellas, salto la cerca, caigo sobre mis extremidades superiores, más ahora soy liviano, y estas me sostienen, ahora soy capaz de correr con ellas en comunión con mis viejas piernas. La brisa me guía y me seduce mas allá de toda comprensión humana. Grito con fuerzas de alegría, y mi grito de funde con la noche en un espectral aullido que en caudales de terror erosiona la ferocidad del perro más temible.
La liebre corre rápido también, pero no logra percatarse de la sombra que se desliza para caer sobre ella y apresarla con sus mandíbulas, el golpe es limpio y noble, en un solo movimiento apagando su vida... Devotamente tornándose en mi alimento.
La oscuridad me sigue llamando, pero con lagrimas en mis ojos la ignoro, y corro en dirección contraria. Siento el viejo dolor de mis huesos poco a poco, el cansancio de mi cerebro contaminado por la suciedad urbana, mis kilos de sobre peso, corro y corro y cada vez me agoto mas. Me detengo un instante junto al árbol iluminado por la entrada a la acogedora casa de la familia humana. Limpio de mi boca los rastros de la liebre. camino hacia la casa mirándote a través de la ventana. Y decidiendo ser mas hombre que animal. Decidiendo estar a tu lado.
Cruzo la puerta sonriendo y excusándome de mi falta de apetito.
Hoy veremos las estrellas sobre la cama elástica del jardín. Mientras desde lejos siento el peso de las miradas de aquellos que habitan aun en la oscura delicia de mis viejos campos infinitos.