
Rojizo se despedía nuestro viejo enemigo en los cielos, como llorando por nuestra victoria sobre el. Entonces no pude evitar el recordar esos antiguos atardeceres donde bajo el mismo rojizo y agonizante cielo, nos reuníamos en nuestro desolado, oscuro pero sumamente divertido viaje por este mundo que se ha vuelto loco de atar.
Y llegamos al santuario, rodeados por cráneos de ojos vacíos que nos observan, oscuros pentagramas ansiosos de sacrificios de sangre inocente, como en los de nuestras viejas andanzas. Y por supuesto. La apacible melodía de nuestros tiempos acompañada no por nuestra amada Sanguis Vitae de ese tiempo, pero si de una dulce cerveza, que mientras en mejor compañía se bebe, más sabrosa resulta al paladar.
Las risas y anécdotas no se dejan esperar en aquel osario donde ahora hasta las calaveras parecen más sonrientes. Y descubro que caminé por tus mismas vias a minutos o segundos de diferencias, visité tus mismas tertulias sin jamás verte, solo quedándome con el dulce perfume de tu recuerdo inmortal. Saqueando las mismas tumbas, donde tu, descarada y dulce ladrona te llevas el cráneo, me hicisteis conformarme con el vulgar fémur. Siempre fuiste el ser más astuto. Y eso siempre me gustó.
Entonces me sugieres la idea. “Podríamos volver, siempre hay buen material entre los huesudos”.
Sobre esa lápida… sobre esas desvencijadas lápidas… cuentos de vampirismo, desquiciados actos, nigromancia, pasiones no desatadas… Danzabas en mi mente con todos los esqueletos del inframundo que reían al compás de tu bello y disonante vals. Nunca en mi vida los pude hacer callar... Lo odié... un odio que por ciertyo, llegué a amar.
Ansío poner mis manos sobre la pala, la sangre y el pentagrama y revivir a todos los cadáveres del Universo mismo, hasta que la misma Ereshkigal desee venir a por mi cabeza.
Sonrío… “Me temo que podría comprar el mejor de los vinos ese día, un vino que costara mi propia alma si es preciso… Por el infierno mismo, compraría una docena de esos!!.”
Las trompetas se alzan, la camada llega al santuario. Me saludan y sonríen, la reunión empieza. Tu miras el trono de hueso, e inmediatamente te apoderas de él.
Todos brindamos.
Compartimos el trono… Todos brindamos en tu honor.
Luego todo desaparece, pues no espero absolutamente nada, solo estar sobre esa lápida en medio de ese mohoso mar de huesos viejos, bebiendo junto a alguien de gran respeto y valía para mi alma, bañados por la gélida brisa nocturna de antiguas eras… Consagrado en sangre, maravillas y tinieblas, compartiendo tanto el vino como las osamentas.